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Juan Rulfo y Gabriel Figueroa, dos mexicanos en una realidad fantasmal

En la literatura, los fantasmas siempre han estado presentes. Desde 1950 la literatura en México está cargada de un mosaico de historias que hacen cimbrar los oídos más escépticos. El mundo del escritor Juan Rulfo es el medio rural de México agotado por la revolución y por la guerra cristera.

Utilizando algunas técnicas del sobrerrealismo diluye los límites entre la realidad y la irrealidad y proyecta un confuso ámbito en que el tiempo no transcurre y las almas de los muertos regresan a revivir sus recuerdos entre rumores y murmullos.

Me intrigó mucho conocer de Comala y cuando tuve la oportunidad de visitar el pueblo, lo hice. Era un pueblo tradicional, aunque no tanto como otros que existen. Pero en un momento me sentí dentro de un sopor, algo que podría confundir fácilmente con la sofocación, la sed o el calor; y aquello me remitió al texto de Rulfo que no por casualidad llevaba conmigo.

Podría decir ahora que esa especie de aletargamiento, toda esa fatiga, puede muy bien ser traducible a esa presencia fantasmagórica que Pedro Páramo describe. La ?imagen del desconsuelo? que ofrecen pueblos fantasmagóricos como Luvina y Comala, están enraizadas en la muerte y dependen de ella, mientras los elementos de la naturaleza son seres animados con voluntad y decisiones.

Al igual que las personas que habitan estos pueblos. En este tipo de comunidades la vida es muy elemental, pues todos los componentes necesarios para la subsistencia se encuentran en el pueblo y, únicamente se tiene que trasladar a alguna ciudad más grande para surtir mercancía o comprar artículos para el campo o el hogar. El ritmo de vida del pueblo permite tener una siesta a la mitad de la tarde (no sé si se siga haciendo). Este momento es, generalmente después de comer.

Durante esas horas, las calles del pueblo parecen deshabitadas, los locales tienen sus puertas abiertas y en las banquetas y esquinas no puede verse presencia alguna. Cualquier persona que transite en ese momento podrá sentir una soledad que se pronuncia más con la intensidad del calor. La atmósfera que Rulfo recupera es esta misma, en donde cualquier presencia que pueda verse acercarse a los lejos, puede confundirse con una fata morgana, una ilusión o bien, con un fantasma.

Aunque los habitantes del pueblo se puedan ver y sus entrañas sean igual las nuestras, y sus diálogos sean totalmente racionales como el de cualquier otro ser humano en la tierra, su sola presencia nos promueve un sentimiento desértico, como si estos seres no tuvieran un alma y lo que viéramos caminando no es más que una armadura hecha de historia, hecha de los actos cotidianos más simples: como sucede con los personajes de Rulfo.

Pedro Páramo no es qué cuenta sino cómo lo cuenta. Su descripción se nutre del habla del pueblo y de su cotidianidad. Rulfo le introduce otra motivación a los mismos actos. Si bien las personas no son fantasmas en la vida real, Rulfo les otorga esa capacidad y los dista de la conciencia necesaria para poder volverse entes. Lo vanguardista de sus textos es la conjunción del panorama mexicano tradicional, a lo que se une lo coloquial de sus diálogos y la liquidez que emerge de su literaria.

Esta herramienta es fundamental para la atmósfera que Rulfo crea. Sus textos son más parecidos a guiones cinematográficos que a novelas como tales. Prueba de ello es su incursión el cine con El gallo de oro. Rulfo nos ilustra con imágenes extraordinarias algo que van más allá de lo gráfico.

Pedro Páramo recuerda a Gabriel Figueroa, un tanto al Figueroa exterior, al paisajista, al pintor, al Velásquez del cine, al Juan Orol que todos llevamos dentro. Y más en el fondo sus textos remiten más al Figueroa interior, al Figueroa de la película de Los Olvidados; aquel al que Buñuel remitió a la manifestación de la soledad, de la decadencia de la sociedad mexicana, sin utilizar los paisajes, sino los interiores.

Fórmula que resultó de éxito contundente, gracias al genio del fotógrafo mexicano que pudo lograr ese espejismo que es la conciencia mexicana. Ese mismo paisaje interior que Figueroa capta con sus ángulos, sus perspectivas y sus claroscuros; fue logrado por Rulfo con sus diálogos, con sus personajes y con su atmósfera, tan íntimamente universal y humano, pero con toda la cordialidad del paisaje de lo mexicano.

En las obras de Rulfo se advierte una extraña frialdad ante los acontecimientos dramáticos, efecto que se logra por medio de los enfoques múltiples con que el testigo evoca los hechos. Pero seguramente en la recreación literaria del lenguaje rústico, en su intensidad expresiva, en su cuidadosa elección, están los elementos que con mayor sabiduría y sentido estético ha explotado este notable escritor.

The Los Angeles County Museum of Art (LACMA)and the Academy of Motion Picture Arts and Sciences (The Academy) are pleased to present Under the Mexican Sky: Gabriel Figueroa?Art and Film.
Pictured: Gabriel Figueroa, film still from Enemigos, directed by Chano Urueta, 1933, Platinum-palladium print.

El arte de Rulfo es un arte de estilización, aunque muchos creen que el resultado de su novela más famosa, Pedro Páramo, es resultado de un proceso de cut and paste, de una novela que tenía pensado llamarse Los murmullos o Una estrella junto a la luna, a través de un proceso de eliminación condensado en una estilo directo y profundo.

En esta novela el tiempo es tan simultáneo que se convierte en una especie de ?no-tiempo?, o de atemporalidad. Y el resultado, que muchos atribuyen la depuración de una novela densa y confusa, ofrece una atmósfera de indeterminación, así el lector es obligado a localizar la novela, y a actualizarla. Esa es una exigencia que escritores como Faulkner, Joyce, Proust o Kafka ofrecen a los lectores.

Todo esto mediante un manejo magistral de la técnica, que convierte al lector en coautor, como afirma Mariano Frenk; así el manejo de la lógica sintáctica nos introduce en la ambiente y convierte al texto en una evocación, y el texto se convierte en una alusión, pues el narrador se convierte en un accesorio, y todo se asemeja a un diálogo interior. “El llano en llamas” nos recuerda a la desolación de Pedro Páramo, es una especie de entrada fantasmal, donde el solo nombre nos recuerda un páramo seco, a una piedra en un páramo.

Los cuentos de esta obra están cincelados con la paciencia de un artífice. Su estilo es ante todo un gran silencio con una poderosa fuerza connotativa. Para ejemplo, en el cuento ?Luvina?, que puede considerarse el aperitivo de Pedro Páramo. En ?Luvina? encontramos el desgaste psíquico de una atmósfera raramente hostil hacia un sujeto, que toma la forma de una fatalidad, y de una especie de marchitamiento e incertidumbre parecida a la que nos acomete en un pueblo abandonado o en un desierto inmenso ?muchas veces una inmensa y poblada ciudad puede convertirse en un gran desierto?.

Todo un árbol de corrientes y estilos detonaron de la obra rulfiana además una diversificación de creciente competencia entre títulos publicaciones, además que han desatado más experimentación en las técnicas narrativas no usadas y la búsqueda de nuevos temas, o por lo menos no usadas en México. No sólo se trata de romper con los cánones o componer una texto incorporando la tradición escrita hasta el momento, sino lo decoroso del trabajo cuando se ofrece a la lectura, a la mesura, al equilibrio y a la exactitud.

La calidad de los textos puede variar, sin duda pero, los fracasos en la calidad de los escritos ya no es tan elemental; pues a logrado transgredir la antinomia del narrador y su medio circundante, si se da la respuesta se podrá observar la ubicación que se le dará a la obra, así podemos decir que escribir es un ágora, una Torre de Marfil, un círculo, un laberinto, un pueblo, un ciudad como esta, con todos sus habitantes, etcétera.

 

Twitter del autor: @SamZarazua

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