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La fabulosa historia de la gráfica popular mexicana

rotulos

Un arte que pasa inadvertido, pero que se ha quedado tatuado en muchos muros de la CDMX.

 

Nadie puede acusar a la CDMX de ser aburrida. Basta salir, un día cualquiera y deambular por las calles para descubrir algo nuevo, un detalle perdido en el tiempo que por algún motivo no habíamos sido capaces de ver, y de pronto llama nuestra atención y no podemos quitarle los ojos de encima.

Pasamos, por ejemplo, frente a una taquería, y nunca observamos la caligrafía pintada a mano en la pared, ni ese dibujo, un poco kish, afuera de una estética unisex de barrio, ni los reyes magos que viven en los cristales de las panaderías cerca de la Navidad. Eso es lo que hacen los rotuleros, ilustran la fisionomía de México.

Fuente: Creative Roots 

La rotulación, el arte de dibujar, es un trabajo artesanal que fue muy importante en otras épocas, y que tristemente ha sido opacado por la hegemonía de nuevas tecnologías de impresión. Este oficio, que ha pasado de una generación a otra, ha dejado un legado enorme en distintos recovecos de la Ciudad de México y le ha dado identidad a las colonias, barrios y pueblos.

Si nos fijamos bien, encontraremos en changarros, tienditas y demás negocios chilangos dibujos de: Juan Gabriel, Agustín Lara, Pedro Infante y hasta Cri Cri. En las calles viejas aún se conservan las letras góticas para anunciar un baño público y en los mercados todavía están tatuados los escudos del América o de Chivas al lado del nombre de una pollería.

Este oficio nació el día que se fundó México. De la Independencia a la Revolución, siempre ha habido alguien que ilustre la publicidad. Antes, casi todos los talleres estaban ubicados en el barrio de la Lagunilla, una de las zonas más folklóricas y vivas de la capital. A este sitio se le llamaba la "calle de los pintores", porque los artesanos tiraban natas de acrílico a la avenida, y cuando los coches les pasaban encima la pintura se expandía y el piso quedaba salpicado de colores. Actualmente aún se pueden encontrar algunos talleres desperdigados en colonias populares, aunque cada vez son menos frecuentes.

En dichos talleres, los rotuleros deciden primero qué técnica usar. Una de la más populares consiste en trazar un dibujo en un trozo generoso de papel. Una vez que la imagen está terminada, se perforan minuciosamente los contornos y se procede a poner la plantilla sobre la pared, se le echa encima carboncillo y la imagen queda calcada en el muro. Luego el artista dependerá de su buen pulso e intuición para darle vida a los garabatos que dejó el carbón. También están los valientes que dominan el dibujo a mano alzada, y van directo al soporte para hacer su obra de arte.

Cabe mencionar que el trabajo de los rotuleros mexicanos ha sido reconocido en los despachos de diseño más renombrados del mundo. A todos los expertos en el arte gráfico, les maravilla la pericia que tienen los pintores callejeros en México, casi todos autodidactas y subvalorados.

Esa simpleza y seguridad que no se aprende en ninguna escuela, que ahora es incluso motivo de estudio y se enseña en las mejores universidades del planeta. Para la mirada extranjera, los rótulos que hay en las calles de la CDMX son verdaderas piezas de arte.

Los rótulos mexicanos, no son sólo objeto de estudio para los diseñadores gráficos, sino también para los antropólogos y sociólogos que han podido descubrir en la gráfica popular una narrativa cultural de la ciudad, ya que gracias a ella se puede entender el paso de los años en las distintas colonias y comprender las enseñanzas artísticas que han pasado de una generación a otra.

En conclusión, aunque nunca nos hayamos detenido a verlos, los rótulos son una parte fundamental para explicar esta gran urbe en la que vivimos. Demuestran, entre otras cosas, que la Ciudad de México es un lugar en el que basta doblar una esquina, para encontrar en un muro un dibujo, algo trillado y algo cursi, de nuestra esencia. Aquí las tortas tienen ojos, las iguanas coquetean con sirenas, y todos los hombres tienen un corte de cabello parecido al de Elvis. Aquí los muros dan su propio testimonio del tiempo.

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