MXCity | Guía de la Ciudad de México

¿Qué hacían los turistas cuando llegaban a la CDMX en 1900?

Turistas

Hubo un tiempo en el que la CDMX estaba llena de manantiales, tranvías y preciosos edificios.

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El año pasado el cronista de la CDMX, Héctor de Mauleón publicó un libro titulado La Ciudad que nos inventa, una crónica completa acerca del pasado y el presente de la capital mexicana en la que se exploran distintos aspectos de la ciudad, y se responden preguntas que en algún momento todos hemos tenido acerca de la fundación y formación de esta gran urbe.

Uno de los capítulos más interesantes del libro es en el que el autor nos habla de una obra de mil páginas que encontró en una librería de viejos titulada La Ciudad de México. Este tabique resultó ser una amplia guía de turistas en la que se le indicaba a los forasteros de 1900 qué pasos y rutas seguir para tener una estancia agradable en la capital.

En esta guía de la Ciudad de México, el autor informa a los viajeros qué era lo que tenían que hacer cuando bajaban del ferrocarril y aparecía frente a ellos una hermosa calle porfiriana. La primera recomendación es buscar por 25 centavos un cargador que llevara las maletas y encaminara al extranjero a su transporte. Este hombre era la primera cara mexicana visible de la aventura.

Luego había que buscar un coche; los había de distintos tipos y precios. También estaba la opción de los tranvías, cuyas rutas recorrían el antiguo Centro Histórico y prometían mostrarle a los que no conocían la zona, construcciones y demás avenidas afrancesadas, que tenían muy orgulloso a Don Porfirio.

Fuente: Artdeco México

Para hospedarse había varias opciones. Los ricos podían alojarse en hoteles con agua corriente y hasta elevador. Los pobres podían conseguir opciones más limitadas a tan sólo un peso la noche. Todos los lugares se reservaban el derecho de admisión, y sólo había espacio para las mujeres de buena reputación.

Para comer, esta guía de la Ciudad de México recomendaba una amplia variedad de restaurantes de comida internacional, sobre todo francesa, y alguna que otra cantina que ocasionalmente visitaban poetas y bohemios de la época. Es importante destacar que el libro enumera una gran cantidad de nombres de lugares, tantos que el lector casi puede escuchar y ver lo que pasaba con los comensales decimonónicos de la urbe.

Es prácticamente imposible conseguir otro ejemplar de La Ciudad de México, esta curiosa guía de turistas. Sabemos que de Mauleón tiene una, y que quizá en alguna de las tantas librerías de viejo de la Ciudad de México haya otra. Lo que sabemos es que hubo un tiempo en el que la CDMX estaba llena de manantiales, tranvías, edificios con aspiraciones europeas y cielos azules. Un instante en la eternidad en el que un turista llegó y se encontró de frente con la ciudad más transparente del mundo, y sonrió por todo lo que el paisaje ofrecía.

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