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Algunas enseñanzas que Leonora Carrington le dejó al mundo

Leonora

Amiga de Picasso, amante de Max Ernst y una de las mejores pintoras que han vivido en México.

 

Hace un siglo, en abril de 1917, para ser precisos, llegó al mundo una de las artistas más originales y coloridas que han existido, su nombre es Leonora Carrington y aunque de corazón era más mexicano que muchos, su país natal fue el Reino Unido, lugar que ahora le hace un homenaje  a través de un hermoso video  titulado: Leonora Carrington, la surrealista británica perdida.

 

 

Este clip,  muestra  los pormenores de una vida llena de arte, digna de la mejor novela que jamás se ha escrito. Empieza con los días de su infancia en Lancashire, un pueblo pequeño cerca de Londres, donde vivió sus primeros años y descubrió que quería ser pintora.

Leonora Carrington pertenecía a una familia, con pretensiones aristócratas, que vivía en una mansión en la que había la oportunidad de leer todo, montar a caballo y escuchar en las noches un puñado de historias celtas que, que más tarde ayudaron a la artista a expandir y enrarecer su imaginación. Desde pequeña, Leonora deambulaba por los rincones de esta casona creando su poética y peleándose con su padre que siempre la consideró una rebelde.

 

Pronto, decidió que la pintura era el único lugar en el que podía manifestar dicha rebeldía. Entonces, se inscribió en la rigurosa Academia de Ozenfant, en la que le enseñaron miles de técnicas y la obligaron, entre otras cosas,  a dibujar la misma manzana cien veces.  Durante una entrevista, la artista confesó que para ella enfrentarse a su arte era parecido a estar parada en el borde de un precipicio, a punto de caer.  

 

En una ocasión Ozenfant llevó a Max Ernst a dar una conferencia. Al verlo, Leonora sintió que por primera vez podría expresar en un lienzo todas las cosas raras y maravillosas que cotidianamente pasaban por su imaginación. Este encuentro, la hizo ser parte del exclusivo club surrealista que recorría Europa. Para los excéntricos pintores de esa época, Carrington era una artista tan poderosa que pronto la apodaron: la hija del viento.  

Luego de un tormentoso romance con Max Ernst (ella  tenía 20 y el 46) que terminó por la intervención de los Nazis, y tras una breve estadía en un hospital mental de España que se llamaba Abajo, del que tuvo que escapar, Leonora decidió dejar la turbulenta Europa para venir a vivir en 1943 a la Ciudad de México, un lugar que había servido como refugio de todas las almas perdidas en las guerras y las dictaduras del siglo XX.

 

 

Se casó con Renato Leduc, un diplomático que la introdujo a la vida bohemia de la Ciudad de México en los años 40. Al descubrir la cultura y las rarezas que hay en este país Leonora Carrington supo que por primera vez en su vida estaba en el lugar correcto.

En este sitio maduró, tuvo hijos, pintó sus mejores obras y finalmente, después de una vida llena de rebeldías y colores, falleció aquí, porque como ella misma se lo confesó a una sobrina inglesa que vino a visitarla: soy lo suficientemente inteligente para pensar que excepto la muerte, todo lo demás es debatible.

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