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Rius, la última risa siempre es la mejor

El sentido del humor como revolución?

 

Eduardo del Río nació un 20 de junio de 1934 en Zamora Michoacán. A los 8 años entró a un seminario  porque su madre era una católica ferviente e intentó alejar a sus hijos de la educación socialista que imponía el gobierno de Lázaro Cárdenas en aquella época. El primer libro que leyó fue la Biblia y aunque lo consideró un bello relato literario, nunca le creyó, esa idea marcó su vida.

Cuando tuvo la edad, se vino a vivir a la Ciudad de México y como nunca tuvo estudios, entró a trabajar de telefonista en Gayosso, atrás de Bellas Artes. Según lo comentó en una entrevista, ese empleo fue su universidad entre otras cosas porque le permitía visitar la Librería Duarte, un negocio en el que se reunían las eminencias literarias del siglo XX (Rulfo, Fuentes y Monsiváis) y en la que el dueño le prestaba libros usados.  

En los tiempos muertos que tenía durante sus horas en la funeraria, Rius se dedicaba a resolver crucigramas y a llenar de dibujos sus libretas. En una afortunada ocasión un cliente le pidió permiso para usar su teléfono, y por casualidad se encontró con las pinturas a lápiz de Eduardo, se maravilló tanto al ver el talento que le ofreció un espacio en su revista.  

Ese hombre se llamaba Pancho Patiño y era el editor de Ja Ja Ja, una publicación humorística muy importante, en la que semanas más tarde debutó Rius. Ahí aprendió a usar el humor para explicar la a veces terrible, realidad mexicana. Ahí aprendió a pintar los trazos suaves que lo caracterizaron. Ahí entendió que una caricatura vale más que mil palabras y encontró en esa certeza su vocación.

Pronto, se publicaron dos de sus antologías más entrañables: Los Supermachos y Los Agachados. Un par de historietas habitadas por "monos" en las que se dedicó a reseñar a través de la comedia, la historia de nuestro país: los problemas con el autoritarismo, los excesos del gobierno, las ideologías, etc.  Los dibujos y los textos de estos trabajos eran tan novedosos que en meses obtuvo una horda de seguidores fieles que lo acompañaron toda su vida.

Con los años, sus comics se volvieron legendarios, no sólo por el fino humor que los recorría y por la originalidad de sus personajes, todos sacados de la realidad, sino porque Rius tenía la peculiaridad de ser brutalmente sincero. Nunca tuvo miedo de expresar lo que pensaba.  Ese raro talento se puede apreciar  en sus historietas que casi siempre son protagonizadas por su ideología, a la vez justiciera y marxista.

 Uno de sus temas más recurrentes en su obra era la religión. Rius se declaraba a sí mismo un poco agnóstico (aquel que se siente incompetente para definir la existencia de la vida más allá de la muerte) y un poco ateo. En muchas de sus presentaciones sorprendía a sus seguidores diciendo: "Agradezco a la santa madre de la iglesia por haberme vuelto descreído."

En honor a todo lo anterior, y porque los mexicanos le debemos demasiado a este magnífico caricaturista, que también fue escritor y luchador social, es una pena anunciar que ayer Ríus dejó el mundo. No podemos llamar muerte a lo que le pasó, porque los artistas de su tipo son inmortales tienen el poder de vivir por siempre en sus libros.

Foto principal: Revista Proceso 

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