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El día que murió Pedro Infante (VIDEO)

Pedro

El hombre que fue muchos hombres…

 

Un lunes de 1957 una noticia conmocionó a México: Pedro Infante había muerto víctima de un accidente aéreo en Mérida, Yucatán. Unas horas antes la estrella se había subido al avión incorrecto tras haber llegado tarde a la pista. Que mala suerte, murmuraban las personas cercanas a él, los primeros que se enteraron de la mala noticia.  

Unas horas después, los periódicos anunciaron que el fallecimiento había sido rápido. Que además de Pedro Infante, en el siniestro habían perecido otros tres tripulantes. "Estaban irreconocibles" dijo uno de los policías. Los primeros quince minutos nadie sabía quiénes estaban dentro de la avioneta tirada en el campo, hasta que alguien (un yucateco) reconoció la esclava de oro que el actor no se quitaba ni para dormir. Pronto el rumor se hizo realidad.

Nadie entendió nunca lo que pasó. ¿Qué falló? ¿Qué pensó Infante en sus últimos segundos? ¿A quién extrañó? Ante la falta de certezas que deambulaban por el aire aquel día, había una certeza trágica: nada volvería a ser lo mismo. Se había ido el hombre que fue muchos hombres a la vez. Un mujeriego enloquecido con tequila que cantaba con Lucha Reyes, un pobre de vecindad del Centro Histórico o un policía en moto luchando por una mujer. 

Pedro Infante fue en sus 39 años de vida todos los mexicanos de los años cincuenta, y quizá por eso el día en el murió miles salieron a la calle a despedirlo. En la XEW se escuchaban sus baladas, sobre todo esa que decía en el coro "Me voy muy lejos". La música era interrumpida por l locutores de voces educadas que repetían una y otra vez los pormenores de su biografía: "Boxeador por afición, carpintero de origen. Hombre sano y cabal. Obrero y artista de constante buen humor."

Una vez que identificaron su cuerpo, un par de ebanistas se apresuraron a construir su ataúd. En tanto, sus amigos corrían al aeropuerto para recibirlo. Pronto aparecieron entre la muchedumbre los rostros trágicos de Dolores del Río, María Félix, Cantinflas con lentes negros. Luego llegaron una docena de directores con los que trabajó, de músicos con los que cantó, de mujeres (detrás de velos) a las que amó.  

En el transcurso del día, los restos llegaron a una capilla. Ahí los dolientes rezaron un trágico rosario. Los valientes se acercaron al cajón cerrado en medio del cuarto, y se despidieron silenciosamente de Pedro. Sus familiares recibían flores, muchas flores, centenas de arreglos blancos que se acumulaban en las esquinas.

Luego, el féretro dejó la iglesia. Afuera, en las avenidas más importantes de la Ciudad de México, el pueblo lo esperaba. Gente de todas partes y de todas condiciones lo habían ido a despedir. Familias enteras lloraban en el asfalto. Los policías se habían puesto su traje de gala y las personas caminaban atrás de un coche negro y de tres motociclistas que abrían el paso entre la multitud.

Todos los capitalinos acompañaron hasta su última residencia, el Panteón Jardín. Ahí, en medio de las tumbas, miles de lágrimas fueron lloradas al mismo tiempo.  Un cura tiró un poco de agua bendita en una fosa y Pedro Infante (sin saberlo) se convertía en leyenda y secretamente nunca moriría.

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