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Las malas hierbas o sobre la poesía de la discreción

hierbas

Una homenaje a las plantas silvestres de la ciudad…

 

A veces son los seres más pequeños, aquellos que pasamos por alto con frecuencia, los que podrían darnos lecciones más sabias e inspiradoras. Silenciosas, miles de plantas silvestres crecen en la Ciudad de México y sus rincones más inverosímiles. Estos pequeños seres dotan cualquier paisaje urbano, gris y frío, de una singular belleza. Quizá, el simple hecho de observarlas y aprender a disfrutarlas podría resultar en una cotidianeidad mucho más amable.

Conocidas popularmente como "hierbas malas", las plantas que crecen de forma silvestre también se conocen como oportunistas o espontáneas. El hecho de que estas pequeñas matas existan resulta esperanzador, especialmente tomando en cuenta los preocupantes efectos de deforestación (y sus inevitables consecuencias en las poblaciones de animales y ciclos naturales como la lluvia o los flujos de aguas subterráneas) que las zonas urbanas han generado en todo el mundo.

Esta clase de hierbas suelen ser anuales o bianuales, de crecimiento rápido, con una alta producción de semillas y nitrófilas, es decir, plantas que pueden vivir en ambientes altamente nitrificados, como son los suelos de las ciudades.

Uno de los efectos más importantes de la existencia de las plantas silvestres en las ciudades es su importante papel en los procesos de reproducción y polinización de un sinfín de insectos, además de ser capaces de frenar la erosión de algunas áreas. Además, estas hierbas, que no tienen nada de malas, en ocasiones pueden ser comestibles (como es el caso de las deliciosas verdolagas) o tener propiedades medicinales.

Existen dos clases de plantas espontáneas: aquellas que nacen en áreas destinadas previamente para el crecimiento plantas, como jardines, jardineras o parques, y las más rebeldes, las que nacen en lugares insospechados como pequeñas grietas en el concreto, en las paredes de los edificios y otras construcciones. Estas segundas poseen una poética particular, pues son testigos de la resiliencia de la naturaleza, a pesar de los obstáculos casi siempre humanos.

Pequeñas, discretas, a veces coronadas con pequeñas flores, las plantas silvestres de las ciudades no sólo son benéficas de las muchas de las maneras antes mencionadas, también podrían convertirse en recordatorios inesperados de que el mundo natural siempre va a sobrepasarnos (afortunadamente), de que por más que el hombre cierre y tape, bloquee y vacíe, mate y destruya, la vida de nuestro planeta es más poderosa que nosotros.

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