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La Ciudad de México fue la meca del surrealismo del siglo XX

Fueron las mujeres quienes le dieron gran parte de identidad al surrealismo mexicano.

El surrealismo es una vanguardia artística que encontró formas de canalizar el inconsciente como medio para desbloquear la imaginación. Se alejó del racionalismo y el realismo literario, y estuvieron influenciados por el psicoanálisis, algunas teorías de Karl Marx, la tradición del romanticismo para revelar el arte en la calle y en la vida cotidiana.

El impulso surrealista, de explotar en la mente inconsciente el mito y el primitivismo, sigue siendo influyente hoy en día. El surrealismo se asocia más a París donde André Breton, Salvador Dalí, Leonora Carrington y Max Ernst  bebían café,  y analizaron sus sueños para crear arte en el periodo de entreguerras. Pero, fue justo la guerra lo que los llevó a escapar hacia América, donde México se convirtió en el segundo hogar del surrealismo.

En una carta a Bretón, el padre del surrealismo, en 1936, el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, quien vivió en el exilio en México, le escribió: “Estamos en la tierra de la belleza convulsiva, la tierra de los engaños comestibles”. En la carta le decía a Breton que saliera de París para venir a México: “lugar para lo mutable, lo perturbador, la otra muerte, en resumen, una tierra de ensueño, inevitable por el espíritu surrealista”.

A finales de los años treinta y cuarenta, e inspirados por el paisaje del país, la rica mitología precolombina, las tradiciones de brujería, los artistas europeos encontraron refugio con artistas mexicanos como Diego Rivera, Frida Kahlo. Personalidades como Ernst y Yves Tanguy fueron a Nueva York y otros se dirigieron a México como Luis Buñuel y Antonin Artaud, donde le presidente Lázaro Cárdenas aceptó a los emigrados. A solo dos meses de la llegada de André Bretón a México en 1938, este ya estaba calificando a México como “el lugar surrealista por excelencia”, y se quedó con Rivera y Kahlo en su legendaria casa, Casa Azul, en compañía de su esposa Jacqueline Lamba.

 

 

Breton comenzó a convencer a otros artistas de su círculo parisino para que se unieran con él en México, específicamente en la CDMX. Le dedicó el último número de 1939 de su revista surrealista, Minotaure, al arte que encontró, y la llenó de reproducciones de obras de Kahlo, Rivera, Álvarez Bravo, y no paraba de decir que México era el país como un lugar donde “la realidad había superado el esplendor ya prometido por los sueños”.

A mediados de 1940, Leonora Carrington, Remedios varo, Jose y Kati Horna, Gordon Onslow-FordEsteban Francés, Wolfgang Paalen y Alice Rahon ya habían seguido el ejemplo de Breton, y entablado relaciones con artistas locales como Lola Álvarez Bravo y Gunther Gerzso, quién ya había incorporado imágenes de ensueño en sus lienzos.

Gerzo se había hecho amigo de muchos artistas europeos cuando se establecieron en la capital del país, como Varo, Carrington, Benjamin Péret y Esteban Francés, y nombró una de sus piezas por la calle donde Varo y Péret se habían alojado en un apartamento infestado de ratas. El hogar se convirtió en un refugio surrealista, donde se discutía el arte y se bebía vino, y las paredes estaban llenas del arte de Ernst, Tanguy y Pablo Picasso.

De hecho, fue tal la resonancia de los artistas en el país, que la propia Frida Kahlo dijo: “Nunca supe que era surrealista hasta que André Breton vino a México y me dijo que lo era “. Al llegar a México el surrealismo se transformó. Los artistas europeos comenzaron a incorporan el mundo precolombino y mexicano a sus lienzos, mientras que los mexicanos comenzaron a incorporar lo europeo en sus pinturas.  Kahlo se resistió a la categorización dentro del movimiento, pero dio su trabajo a numerosas exposiciones surrealistas, una de las cuales se convirtió en un hito importante en la carrera de Kahlo y en un momento decisivo para el surrealismo en México.

Años más tarde, la “Exposición Internacional del surrealismo” se abrió en la Galería de Arte Mexicano, dirigida por la poderosa galerista Inés Amor, en 1940. Fue organizada por el austriaco Wolfgang Paalen, y el espectáculo reunió el trabajo de surrealistas europeos y mexicanos (Dalí, Ernst, Rivera, Varo, Manuel Álvarez Bravo, Jean arp, Rene Magritte, Meret Oppenheim, y más) y dio a conocer una de las pinturas más importantes y audazmente surrealistas de Kahlo: su obra de 1939, Las dos Fridas.

Así fue como los surrealistas estaban enamorados de los volcanes, y comenzaron a mezclar el surrealismo con el arte indígena, la brujería y la ciencia. Varo, Carrington y Horna se convirtieron en una especie de trío en la ciudad de México de los años 40; que mezclaron lo místico-esotérico de la espiritualidad, con expresiones de la mitología precolombina, el tarot, la alquimia, la astrología y el ocultismo con muchos otros elementos europeos.

Pero las mujeres surrealistas, cuyo trabajo floreció en México bajo la autonomía que disfrutaron en su nuevo hogar, en México reclamaban el papel de artista, se sentían libres de los rígidos roles de género en Europa, y reforzaron la idea de las sociedades matriarcales mexicanas, donde las mujeres ejercían potentes poderes mágicos.

En muchas de las obras de Varo, Carrington y Horna, las mujeres ocupan un lugar central como poderosas diosas y hechiceras, reclamando el poder sobre las áreas que previamente habían perdido o habían sido consignadas. De hecho, estas grandes artistas y muchos otros surrealistas, permanecerían en México por el resto de sus vidas haciendo que el surrealismo se expandiera y evolucionara, quedándose en la memoria colectiva de varias generaciones de mexicanos.

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