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El mexicano que invento las bancas escolares que se conocen en todo el mundo

La tecnología educativa se encuentra inmersa en un mueble escolar.

 

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Muchas veces se dice, de broma y casi con tristeza, que el mexicano es ingenioso. Es más, es frecuente encontrar imágenes en las redes sociales que muestran artefactos que parecieran improvisados por MacGyver y con una ausencia total de diseño.

Pero la verdad es que el mexicano es más que un inventor entusiasta, tan sólo durante los siglos XIX y XX se patentaron en nuestro país cientos de inventos escolares de mucho reconocimiento arquitectónico y de diseño industrial de primera.

 

 

 

Silabarios mecánicos, juegos instructivos, aparatos para la enseñanza de lecto-escritura, borradores, reglas, plumas, sacapuntas, entre otros muchos inventos fueron perdiéndose entre la innovación de materiales y nuevos diseños, pero la historia de la banca escolar fue diferente.

Antes de la mesa-banco o banca de paleta, las clases se tomaban en una simple silla, una larga banca o alrededor de una mesa estorbosa que impedía tener un mayor número de estudiantes en un salón, pero esto cambió a mediados del siglo XX.

 

 

 

 

Era 1952 cuando la Ciudad Universitaria estaba por inaugurarse, pero antes había que cubrir una necesidad obvia, ¿qué mueble se utilizaría para que los futuros profesionistas del país tomaran clases? Un concurso fue lanzado para buscar el mejor de los diseños.

En 1917 nació en la Ciudad de México Ernesto Gómez Gallardo, arquitecto coautor del edificio de la Facultad de Derecho y director de la Escuela de Arquitectura del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey.

 

 

 

 

Gómez Gallardo estuvo siempre muy interesado en la creación de muebles y objetos que facilitaran la vida diaria, sin sacrificar comodidad y diseño. Fue él quien ganara el dichoso concurso y quien, sin saberlo, "amueblaría" las escuelas del país.

El modelo fue creado para permitir un mejor movimiento de los alumnos dentro de las aulas, con la comodidad de un respaldo y además de un espacio propio para escribir. Creó, sin duda, un mueble, democrático.

 

 

 

El pupitre resultaría tan práctico que con los años salió de las aulas de CU para llegar a las primarias donde todos alguna vez grabamos una frase contestataria o -a falta de la penca de un maguey- el nombre de un amor.

El arquitecto ganó con esta pieza la medalla de plata en la Trienal de Milán en 1963, nadie imaginaría que una obra de arte trascendería en un ícono de la educación mexicana.

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