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Así eran los paseos por el canal de la Viga (IMÁGENES)

Antes la Viga era el lugar perfecto para pasar los fines de semana.

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El canal de la Viga fue un importante medio de comunicación lacustre, por el que pasaron desde tiempos prehispánicos gran parte de los productos que abastecieron a los habitantes de la Ciudad de México.

El canal iniciaba en la Garita de la Viga, una de las ocho que tenía la capital edificada desde 1604, y que era parte del sistema de control de entrada y salida de los productos. A esta famosa garita, que fungía como una aduana, llegaban casi todas las mercancías que abastecían a la ciudad.

Además de su función comercial, la Viga se convirtió en un paseo turístico. Su origen se remonta a la época de la Nueva España, cuando el virrey de Gálvez mandó a trazar en 1785 un paseo a la orilla del canal que entonces conducía las aguas desde Xochimilco. El virrey murió y su proyecto no fue del todo concretado hasta que en 1789 el Conde de Revillagigedo, que había sido nombrado Virrey recientemente, lo terminó.

Desde su inauguración y durante mucho tiempo, el Paseo de la Viga se convirtió en el punto de reunión preferido de los citadinos, en su mayoría de clase media, que acudían a este lugar los fines de semana a pasear y divertirse. A este sitio se podía llegar a pie, en carruaje o caballo. La gente iba a pasar el día, hacer picnics y rentar una trajinera para recorrer el cauce del canal hasta la Garita.

Las canoas y trajineras estaban adornadas con amapolas, apios, tules y claveles. Los remeros cantaban y bailaban y en las embarcaciones se servían tamales, moles, atoles, enchiladas y demás antojos mexicanos.

Había muchos puestos donde se vendía comida, y además de los paseos en las pequeñas embarcaciones; donde se comía y escuchaba música a placer, se podían alquilar caballos y carruajes que recorrían la vía por tierra. Pero los visitantes que no querían cruzar el paseo ni por tierra ni por agua, podían quedarse sentados en las bancas de piedra que estaban al borde del canal resguardadas por la sombra de los hermosos árboles que recorrían todo el Paseo.

Frances Erskine, mejor conocida como Madame Calderón de la Barca en su libro "La vida en México durante una residencia de dos años", relata que hacia 1840 el paseo se estaba muy de moda.

 "Si llegáis a la Viga cerca de las cinco, cuando todavía la tierra conserva el frescor del riego y los soldados han ocupado sus puestos para cuidar el orden; los coches yendo y viniendo en dos largas hileras que se extienden hasta perderse de vista: los bordes de la calzada con un hervidero de gente plebeya que alegremente os pide que le compréis flores, fruta o dulces; innumerables jinetes con trajes pintorescos, montando briosos caballos, y que pasan por el centro de las dos filas de coches; el canal atestado de canoas, con los indios que cantan y bailan con indolencia, mientras sus embarcaciones se deslizan por el agua; todo esto bajo un cielo azul y sin nubes, con un aire puro y transparente." (Carta XII).

El canal estuvo en actividad hasta principios del siglo XX, cuando comenzó su desaparición en parte debido al aumento de la población que implicó una acelerada ocupación de tierras con fines habitacionales e industriales, así como la necesidad de construir más vías terrestres, lo que afectó a la red de canales al cortar su comunicación.

Actualmente el único testimonio de la existencia del hermoso Paseo de la Viga, además de las crónicas de la época, es la calzada que lleva su nombre.

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