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Sobre el pedazo del Muro de Berlín que vive en la Ciudad de México 

Un muro para recordarnos porque no se deben construir muros.

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Hubo un instante en el mundo en el que la Berlín estaba dividida por una pared. Del lado este estaban los que tenían el sueño socialista y del oeste los que heredaron la tradición capitalista. Tras la Segunda Guerra, esta extraña realidad coexistió sin grandes problemas hasta que el 13 de agosto de 1961 el ala comunista cerró definitivamente sus fronteras y súbitamente (sin avisarle a nadie) comenzó la edificación de un muro.

Ese día, los berlineses miraban perplejos la construcción de lado a lado. Con las horas la realidad corrió como rumor entre las calles. Los del este ya no podrían ver a los de occidente; en sólo unas horas miles de familias habían sido trágicamente separadas. Algunos estaban horrorizados. Esa noche el alcalde de Alemania del Oeste anunció por la radio que la nueva pared era parecida al límite de un campo de concentración.

Para muchos especialistas este fue el símbolo más oprobioso de la Guerra Fría. Durante casi tres décadas la eterna disputa entre Rusia y Estados Unidos estuvo materializada en una pared blanca que medía de 120 kilómetros y tenía una altura de más de 3.6 metros.

Un muro que no impidió que 5 mil berlineses se fugaran al lado occidental. Un muro en el que 192 personas murieron por intentar cruzarlo. Un muro que específicamente terminó con la vida de un hombre joven al que acribillaron frente a todos. Un muro cuya parte inferior estaba plagada de túneles secretos que a veces eran descubiertos y a veces no.

Sin embargo, como todos los momentos de la humanidad, la historia también alcanzó la impecable muralla germánica. Tras cuantiosas revueltas internas y la presión internacional a los soviéticos, el 9 de noviembre de 1989 al fin la barrera fue destruida. Durante una noche los desconocidos se abrazaron, los bares cercanos ofrecieron cerveza gratis y las personas coreaban en las calles el Himno de Alemania.

A partir de entonces, los pedazos del Muro de Berlín que cayeron aquella madrugada han recorrido el mundo y han protagonizado toda clase de exposiciones cuyo objetivo principal es apelar a la humanidad de los que lo contemplan. Y con ese mismo espíritu uno de los tantos fragmentos que se cayeron llegó al imprescindible Museo de la Memoria y Tolerancia.

Este vestigio moderno llegó al recinto de la CDMX gracias a que un coleccionista mexicano compró en una subasta el pedazo número 266. Tras la adquisición, la pieza viajó en barco de Hamburgo a Veracruz y mantuvo el mismo dueño desde 1990 hasta hace algunos meses, cuando una nueva puja lo volvió parte de la colección permanente del MMT.

Actualmente, la construcción de los muros es un tema sensible para México por las constantes amenazas del presidente Trump. Quizá ir a contemplar esta pieza abrirá un nuevo capítulo en nuestro entendimiento de por qué nunca deben de ser así las cosas entre dos países que comparten una mismo espacio territorial.

Tal vez lo que se necesitan son menos muros y más abrazos entre los vecinos.

Museo de Memoria y Tolerancia 

Dónde: Av. Juárez 8, Centro

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