El laberinto es uno de los ideogramas más antiguos y complejos de la humanidad. En muchas ocaciones, suele representar la preparación de un individuo en su constante búsqueda por la intrínseca sabiduría. Esa conexión con el ser puro y la seducción accidental de la templanza interna, dan origen a un ciento de interrogaciones que se transforman en muros estrechos donde aveces se es difícil encontrar una salida. La metáfora de los laberintos es bastante idónea cuando pensamos en una biblioteca, específicamente una como la Vasconcelos, la cual posee uno de los diseños arquitectónicos más enmarañados de la Ciudad de México. Por su minimalista geometría de cubos y aristas inertes en un plano de seis niveles, este espacio resulta un camino por los senderos hacia la creatividad de cualquier amante de la lectura que se aventure a sus místicos pasajes.
Quizás una de sus características más notables es su luminosidad; en los tres edificios que la conforman se vislumbran los rayos solares, haciendo posible, algunas veces, alucinar entre sus parajes, que se está a punto de llegar al centro del laberinto que sólo asoma la luz de una salida (o tal vez de una entrada).
Uno de los espacios más seductores de la Biblioteca es por supuesto, el jardín surrealista ya mencionado. Al rededor del edificio se diseñó una especie de laberintos de ensueño, conformados por mas de 60 mil especies de flora interactuando con los muros grisáceos y los ventanales traslúcidos de la arquitectura moderna. Un híbrido que conecta los espacios públicos y sus áreas verdes con los diseños tecnológicamente avanzados.
Tal vez no sea un ideograma antiquísimo como lo es en esencia el laberinto, pero de lo que se debe estar seguros es que, la Biblioteca Vasconcelos es un instrumento de conocimiento y también, por qué no, de meditación como lo es también el laberinto, un gran herramienta trascendental para la fecundación de la evolución colectiva de nuestra capital.
