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Vivir la noche: Historias de la ciudad de México relatadas a través de impresionantes fotografías

Vivir la noche es un libro de gran formato con fotografías de páginas enteras dedicadas a retratar la vida nocturna en la ciudad a mediados del siglo pasado. La vida nocturna era la mujer, la vestal quitándose la ropa: La tigresa, Sasha Montenegro, Lyn May, Olga Breeskin, Princesa Lea, Liza d? Liz, Gioconda, Amira Cruzat, Xochitl, Atzimba. De ese pasado siempre recurrente no podemos sacar al teatro Blanquita, el Follies, el Azteca, el Burlesque (ahora el Teatro de la Ciudad), el Tivolí en Garibaldi, el teatro Vizcaínas, el Clandestine. También porque otra característica del centro de la ciudad es la increíble movilidad de sus establecimientos. Hoy se encuentran ahí y son posiblemente administrados por una gran personalidad del que mañana no se sabrá nada.

Como lo demuestran las páginas de este libro, el nacimiento de estos espectáculos en los que la mujer era la sensación al desnudarse, a la que se acudía para limpiar por medio de sus bailes eróticos, el pesado mundo que los obreros vivían. Aquella accesibilidad desprendida del milagro mexicano que llevaba al trabajador a instalarse en los espectáculos de revistas y compartir un espacio con las artistas que más admiraban y a la vez deseaban, también vio su resquebrajamiento con la llegada de la masificación de la televisión, pero constituyó una influencia decisiva de la cultura que se alimentaría en los años subsiguientes, el cine de ficheras que gracias a su popularidad también sostuvo una imagen real pero muy pobre del ciudadano de a pie: un hombre mujeriego, borracho, alburero, dicharachero y encantador por ser un cábula engañabobos. La picardía mexicana nos fue devuelta con un trasfondo picoteado por la corrupción y por estas tristes relaciones que el poder trabo con su propia cultura a la cual pauperizó.

En Vivir la noche aquellos años nos son regresados a través de la voces de un Ivan Restrepo quien vivió la vida nocturna desde el jet set mexicano, gran amigo de Gabriel García Márquez, esposo de Margo Su, fanático de Pérez Prado y María Victoria, nos narra como se vieron en aquellos años los intentos de sectores conservadores de la sociedad por acabar con las malas costumbres que eran atribuidas al mambo y los secuaces que lo bailaban. Ante estos golpes al espectáculo libre, proliferaron casas de citas, licorerías de medio y alto pelaje en las que se cuenta como desde Álvaro carrillo hasta José Alfredo Jiménez terminaban sus maratónicas parrandas.

Ya insertados en este cambiante espectro de voces, Marcela Lara, productora teatral nos contará qué consistió montar le libérrima adaptación de Zolá, Nana con la tigresa Irma Serrano en el teatro Fru-Fru, que en ese tiempo era una de las mujeres más hermosas del país y también una de las más poderosas, no hay que olvidar de quien era pareja sentimental. Y nos recordará anécdotas de esta adinerada mujer con su intelectual de cabecera: Salvador Novo quien usaba su sarcasmo para asestar insidiosos comentarios a la también cantante. El libro nos cuenta una escena: en el vestíbulo del teatro Fru-Fru y frente a una estatua horrible de la tigresa, Irma le pregunto al poeta a quien llamaba "maestrito": ?¿Cómo le ponemos a la estatua??, a lo que el rapsoda contesto: ?Irma Serrano, exsimia?.

?¿Qué me está usted querido decir maestrito??

?Que vas a pasar a la historia como la eximia mexicana, pero simultáneamente eres una eximia, porque todos descendemos de los monos??.

Los relatos aquí contados pasaron por dos fotógrafos: Humberto Zendejas y Alberto Vázquez, por las memorias de Luis Ángel Silva Melón un músico que vivió la ansiedad de morar en los bares tocando pues muchas veces no tuvo casa para cubrirse de la intemperie que supone la noche de la ciudad, a la vez es un recuento de la vida desde la amargura de una bailarina que triunfa como vedette y se detiene en los puños de un boxeador, Juan Ponce Guardián.

A manera de epílogo: el regreso del glorioso pasado 

Actualmente el centro de la ciudad experimenta un nuevo auge. Algunos atribuyen esta moda por el centro, gracias a que los años setentas un grupo de poetas llamados los infrarrealistas usaron sus calles para ser anarco-poetas que se jactaban de estar en contra de todo por una razón: estaban cambiando la poesía mexicana. Sería por la pluma de Roberto Bolaño que ese centro de los setentas, con el Café la Habana, con la colonia Guerrero como puerta de entrada a un mundo decadente parecido al año 2666, con un Bucarelli como corredor de sus andanzas que pondría de nuevo en boga al centro de la ciudad de México. Hoy una escena importante de literatos recorren sus calles recreando aquel nuevo pasado, devenido desde los centros nocturnos, retratados por este libro, del que Bolaño y sus seguidores hicieron centro de sus andanzas.

El mundo de las ficheras cobra nuevos adeptos: la comunidad hipster, sedientos por satisfacer su desesperado enobismo y vuelve a recorrer el centro de la ciudad en búsqueda de una identidad que la alta cultura olvidó a propósito, porque ya no vendía o porque esta vida nocturna en la que la gente común era la protagonista hubo que regresar a sus a casas y emborracharse a sus anchas  frente a su televisión por las crisis económicas o la en esos momento creciente inseguridad y los convenció de su fracaso como perros oscilantes en una noche de luces que fue el pasado del cabaret y rumba que en el centro desarrolló sus gloriosos años. Años que se niegan a morir y que en las hojas de Vivir de noche podemos volver a experimentar.

Vivir la noche es una publicación de Conaculta que relata a la ciudad a través de fotografías y una narrativa instalada en la polifonía de las voces multicolor que la componen. Editado por León Saghón, Astrid Velasco, Fabrizio León y Horacio Muñoz, el libro trata sobre la ciudad y sus enredos; relatos desde visiones distintas pero al parecer cómplices. Imágenes que dentro de su propia oblicuidad perfilan una esencia del centro de la Ciudad de México: todo parece suceder entres sus calles. Todo, parece, ha quedado enterrado y sin embargo regresa con una fuerza desconocida, ese pasado encapsulado en la fotografía también es la idea en la que un presente se mueve.

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