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¿A dónde vamos cuando morimos? Los destinos mortuorios pensados por los aztecas

Según la cosmovisión azteca, existen cuatro lugares destinados a la muerte.

Quizás, por azar del destino, o por circunstancias que nosotros mismos hemos erigido en vida, la muerte nos tienda un camino hacia un escenario que particularmente se nos haga familiar. Un no-lugar fuera de toda geográfica terrenal y temporal que en el mejor de los casos entendamos que es el indicado. Diría Octavio Paz “dime cómo mueres y te diré quién eres”.

Frente a ese enigma, que a ratos descubrimos pero no hemos sido lo suficiente intuitivos para reconocerlo, que nombramos destino, existe una interesante cosmovisión prehispánica que atribuye un nombre a ese “no-lugar”, y que forma parte del viaje que emprendemos como caminantes de la atemporalidad,  una vez que hemos conseguido despojarnos de la materia.

Una de las incógnitas filosóficas más resonantes, a propósito del tema de la muerte estos días, es esa que nos formulamos sobre el porvenir después de la vida;  ¿A dónde va a parar uno (si es que va a algún lado) después de la muerte? La metáfora se extiende cuando nos acercamos a la cosmovisión azteca, y descubrimos que en sus libros de vida se encuentra la muerte disgregada en cuatro lugares destinados a la muerte.

Para los mexicas, la geografía del más allá eran custodiada por cuatro deidades. Curiosamente, existen una serie de elementos que, atendiendo a la visión prehispánica, fungen como portales hacía esos otros mundos. El agua, las cuevas u hoyos en el suelo, las cimas, especialmente las montañas y cerros, y también el fuego. Dicho esto podemos ahondar con mayor información en cada uno de los espacios destinados a la prueba mortuoria, o en el mejor de los casos al descanso eterno donde se pensaba, iban a dar los humanos según la forma en que murieron.

La morada de los muertos

En el mundo azteca, resultaba fácil fraccionar el mundo en tres dimensiones: el cielo, la tierra y el inframundo. En el cielo se encuentran los dioses, en la tierra los humanos y el inframundo de los muertos. Atendiendo a los estudios de Patrick Johansson, los cuatro destinos reconocidos en la realidad azteca eran: Mictlan o “lugar de los muertos” donde custodia Mictlantecuhtli, “el señor de la muerte”; Tlalocan “lugar del Tláloc”; Tonatiuhichan, “la casa del sol” y morada de Huitzilopochtli y Cincalco “la casa del maíz”, gobernado por Huemac.

Mictlán

Es el inframundo a donde van la mayoría de los muertos. Atendiendo a la leyenda del Mito de los trece cielos, tan sólo en el Mictlán existen nueve inframundos. Quienes murieron por muerte natural, enfermedad o accidentes y azares que no precisamente se dotan de sacralidad, este es su lugar. Es probablemente el más difícil de los territorios atemporales pues, según se dice, el recorrido es largo y una serie de obstáculos peligrosos difuminan su final. Basta reconocer que para los aztecas, la putrefacción total del cuerpo representaba en vida el tiempo que le tomaba al difunto conseguir llegar al punto final del Mictlán.

Siguiendo el mito, en este territorio el muerto se encuentra con una serie de númenes misteriosos, tales como el miedo, la discordia, la tumba, las cenizas, el sueño y el desierto. En la primera de las etapas, el difunto alcanza a ver un río, el Apanohuacalhuiados, que solo pueden cruzar con un perro. Es indispensable que en vida la persona haya tenido alguno, para así reconocer al suyo y lograr esquivar la primera dificultad. Quienes maltrataron perros en vida o no tuvieron uno se quedan vagando en este temible espacio, custodiado por una especie de iguana o lagartija de nombre Xochitonal. Se dice que este espacio es donde se lamentan y arrepienten los muertos eternamente, un no-lugar situado entre la difuminada vida y el descanso de la muerte.

El segundo escenario es protagonizado por montañas que se estrellan una con otra amenazando al caminante que está por cruzarlas. En el tercer espacio, soplan vientos de obsidiana. Aquí reside Itztlacoliuhqui, el dios del castigo. Este lugar de nombre Itzehecáyan es tan amplio que en él se encuentran las dos moradas siguientes. La primera está congelada, y posee ocho collados de piedras abruptas de aristas cortantes donde siempre cae nieve. El dios del viento, Mictlecayotl, reside en este lugar. La segunda de estas moradas es totalmente desértica y no hay gravedad. Ocho páramos la conforman. Quienes logran llegar hasta este punto deben vencer los fuertes vientos que los mantienen flotantes, inmersos en la nada. Para el sexto escenario, al difunto le esperan manos invisibles que lanzan flechas. En el séptimo páramo habitan fieras salvajes que gustan de comer los corazones de los muertos.

Llegando casi al final, se encuentra la desembocadura del río Apanohuacalhuia, el octavo nivel. Aquí deambula una masa acuática de aguas negras donde la iguana gigante Xochitónal merodea, y donde el muerto ya sin corazón se debate en la sordidez de las aguas. Para poder llegar al episodio final, el difunto debe cruzar un enorme valle con nueve ríos de gran profundidad. Estos arroyos son en realidad los nueve estados de la consciencia.

El último nivel del Mictlán es un juicio por consciencia propia. Entre tiniebla oscura, el muerto debe reflexionar sobre cada uno de los nueve estados de conciencia en donde el juicio propio valorará sus actos en vida. Dice la leyenda que una vez logrados estos nueve estadios el dios Mictlantecuhtli libera al alma en pena.

Tlalocan

Es el espacio custodiado por Tláloc y sus ayudantes tlaloques. A este sitio iban a parar las almas de los que morían a causa de un rayo, las personas que morían ahogadas o por alguna enfermedad relacionada con el agua, tales como las ligadas al riñón o a la inflamación. Los que morían ahogados eran arrastrados por Chalchiuhtlicue, dualidad de Tláloc. Quienes han tenido una mala experiencia con el mar quizás se han topado con ella, en uno de sus contantes jugueteos. El Tlalocan es una especie de paraíso donde manantiales y ríos se entrecruzan por la mirada. Nuca hace falta el maíz, el frijol, la chía y algunos de los mejores árboles frutales. Se trata de un escenario de delicia y alegría perpetua.

Relata Bernardino de Sahagún que en aquel jardín de delicias, las almas pasaban una existencia de juegos y descanso bajo los árboles en compañía de alegres camaradas y toda clase de manjares al alcance de la mano. Se dice también que las personas que van al Tlalocan son escogidas por los tlaloques en vida. De ahí que no cualquiera pueda llegar hasta este nivel, según se dice, superior de conciencia.

Tonatiuhichan 

Es el estado o lugar que alcanzan los que en guerra murieron sacrificando su sangre. Ya fuera en combate o en una inmolación. Se consideraban también “guerreras” las mujeres que morían en el parto. Quienes llegaban a este umbral se encontraban de frente con Tonatiuh, al mismo Sol, y su inigualable resplandor. Se dice que es tanto su brillo que desintegra las sombras. Su más grande gloria de quienes habitan este espacio es la de acompañar al “astro rey” en su vuelo por el cielo. Se cuenta que los hombres aquí se convierten en aves. En colibrí o alguna otra de bello plumaje. Se les mira revoloteando y  alimentándose con el néctar de las flores en los jardines de la Casa del Sol.

Cincalco

Finalmente se encuentra la morada de las almas inocentes: los niños y los recién nacidos. Es la casa de Cintéotl y Chicomecóatl, dioses del maíz. Los niños eran enterrados junto a graneros, lo que indicaba que sus almas estaban estrechamente relacionados con el maíz. Se dice que también llegan aquí los hombres que voluntariamente entregaban su vida para dar nueva fuerza al maíz, esto es, quienes han tenido un carácter suicida a sabiendas de que su muerte es lo mejor para todos. Una versión del mito sugiere que la entrada al Cincalco estaba ligada al portal del inframundo ubicado en el Cerro de Chapultepec, donde curiosamente Moctezuma intentó suicidarse unos años antes de la llegada de la conquista.

 / Fotografías: Principal: Steven Lilley – Flickr / Creative Commons; 2)  perceptions (off) – Flickr Creative Commons; 3) Jaen Madrid para MXCity; 4)  Rafa Win Flickr Creative Commons; 5) Nikos Koutoulas – Flickr Creative Commons 

/ Twitter de la autora: @surrealindeath

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