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¿Qué se comía en los puestos callejeros de la Ciudad de México hacia el siglo XVIII?

Foto de Portada: El Universal

Así era la comida callejera en la capital de la Nueva España.

 

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Para finales del siglo XVIII, podemos considerar a la Ciudad de México como la urbe más poblada de todo el continente americano, sus habitantes y visitantes, que rondaron entre 150,000 y 200,000 personas, necesitaron una cantidad extraordinaria de productos para satisfacer sus necesidades más básicas, entre las que destaca la comida.

 

 

Por lo general, la población más pobre se dirigía a los múltiples mercados de la ciudad para comprar sus alimentos y luego prepararlos en sus casas, pocas veces se detenían a comprar comida en los puestos callejeros, pues, sus ingresos no se los permitía.

Dichas personas preparaban sus alimentos en fogones y braseros que empleaban carbón y leña para funcionar, estás cocinas tenían la característica de ser móviles y podían instalarse en un cuarto, un patio o a fuera de las viviendas, por lo que la cocina del hogar era la misma utilizada en los puestos de comida callejera.

 

 

Los clientes regulares de los puestos de comida callejeros de la Ciudad de México a finales del siglo XVIII fueron los trabajadores, en especial los que no contaban con una vivienda en la ciudad, es decir, aquellos que vivían a los alrededores de la ciudad y tenían que trasladarse la urbe todos los días para desempeñar sus labores.

Es importante señalar que los mendigos y vagabundos, personas con mínimos ingresos, fueron una excepción en lo que respecta a los clientes habituales de los puestos callejeros, pues, con lo que recibían de limosna en un día, medio o un real, podían comer sin preocupaciones.

Los productos ofrecidos por los puestos callejeros a sus clientes fueron muy variados y tenían precios muy accesibles: tamales, atoles, bizcochos corrientes, chiles rellenos, moronga, menudo, entomatadas de cerdo, mole colorado, piltrafa de tripas, nenepile, manitas de puerco y cuajar de res.

 

 

Todos los alimentos iban acompañados o se servían en una tortilla, por ejemplo: el nenepil, fue el platillo más barato que se podía encontrar en los puestos callejeros, elaborado de las menudencias del toro y el carnero, para su venta se colocaba sobre una tortilla, aderezándolo con la tradicional salsa de chile, cilantro y cebolla picada.

 

 

Al finalizar el siglo XVIII, las ideas ilustradas se afianzaron fuertemente en una parte de la élite novohispana, que vio con malos ojos este tipo de puestos callejeros en la ciudad que consideraban vulgar y buscaron reglamentarlo, sin mucho éxito los puestos fueron y son parte esencial de la ciudad.

Para conocer más sobre la alimentación de los habitantes de la Ciudad de México en el periodo novohispano se recomienda los trabajos de Enriqueta Quiroz.

Autor: Nuevo Adicto

 

 

 

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